miércoles, 19 de noviembre de 2014

Un nuevo amante


Me resulta curioso que la irrupción en la vida política del fenómeno "Podemos" haya supuesto para una parte importante de la ciudadanía un proyecto ilusionante y haya devuelto a muchos la confianza de un cambio en el sistema político. Para los que no somos tan jóvenes como ellos, como algunos de sus dirigentes, quiero decir, nos retrotrae a la España de  principios de los ochenta. Eran momentos convulsos,  de incuestionable dificultad, con una democracia recién estrenada que se desayunaba un día sí y otro también con los zarpazos del terrorismo más salvaje y en la que aún perduraban formas de autoritarismo institucional y también policial. Años difíciles en los que los ciudadanos hubieron de ganarse la libertad en la calle a base de manifestaciones, barricadas y carreras; tiempos en los que el miedo y la incertidumbre acompañaba al ciudadano en su vida diaria. También en el ámbito laboral, con una crisis económica que añadió más inestabilidad si cabe al proceso de reformas que se estaba llevando a cabo.
Entonces, como ahora, existían grupos privilegiados, castas políticas como les dicen ahora,  que en un momento dado apostaron por el bien común, por el interés general y fueron capaces de aparcar parte de su ideario para conseguir el escenario de libertad política tan ansiado. Tal es así que  aquella España, la de la transición  se convirtió en el referente ejemplar en el que muchas democracias emergentes se miraban para copiar el modelo.
Han pasado casi cuarenta años y tengo la sensación de que la democracia se ha vuelto un pelín rancia. Tenemos un sistema  injusto, que premia las mayorías políticas de los dos grandes partidos y que es el responsable de una grave crisis institucional motivada por las injerencias del poder político en todos los ámbitos de la vida; con multitud de causas abiertas  por los escándalos de corrupción, algunas de las cuales han llegado hasta los cimientos de la Casa Real y sobre todo con una crisis económica que ha minado la economía de la gran mayoría de los ciudadanos y ha cercenando las esperanzas de toda una generación que se ve obligada a emigrar fuera de España para poder sobrevivir. Si a eso añadimos los elevados sueldos y prebendas de que gozan los altos cargos y dirigentes políticos, el trato de favor que reciben, la manera en que directa o indirectamente, a través de amigos o familiares se benefician del cargo que ostentan y en definitiva la extendida sensación de que el sistema está podrido era cuestión de tiempo que surgiera un movimiento populista que diera un sentido a tanto descontento.
No sé si la irrupción de "Podemos" en el escenario político va a suponer la ruptura del bipartidismo y el consiguiente reparto de poder que han venido realizando Pepé y Pesoe en los últimos años, pero lo que es evidente es que ambas fuerzas políticas se muestran incómodas con un nuevo amante en  escena. Si a ello añadimos los coqueteos  independentistas que van calando cada vez con más fuerza en Cataluña y que en los próximos años se expanderán a otras comunidades autónomas con fuerte sentimiento disgregador. es lógico pensar que ha llegado el momento de empezar a tocar los ejes vertebradores del sistema y aplicar la misma táctica que tan buen resultado dio hace cuarenta años: cambiar para que nada cambie.  Lo que no tengo tan claro es que existan, como entonces, dirigentes políticos de miras tan altas como para hipotecar su carrera política en aras del interés general.