martes, 28 de octubre de 2014
PINCELAR EL AMANECER
Pincelar el amanecer es levantarse todas las mañanas con las ganas renovadas de empezar un nuevo día, de saludar al pariente, o a la parienta, y al que se esconde detrás de esa sonrisa picarona cuando pasa por delante del espejo. Es exprimir un zumo de naranja mientras se deleita con el olor inefable de un café recién hecho, con la textura de esa tostada untada con mantequilla y mermelada de albaricoque, a la que le hinca el diente con todas las ganas. Las mismas que tiene de hacérselo a ese martes que anuncia sol radiante y temperaturas elevadas. Es sonreir al azulejo roto que todas las mañanas le recuerda que tiene que cambiarlo; o colgar un calendario. Es preparar la comida de madrugada, mientras piensa en las obligaciones del día, y mira de reojo la colada que espera ser colgada. Es correr la cortina y mirar por la ventana, aunque sea solo un minuto, esas nubes de tonos malvas, anaranjados, rojos y blancos, que estampan todo su colorido contra la intensidad de un cielo sorprendentemente azul. Es sonreir mientras mira los minutos que faltan para que sean las siete, la hora de mandar un par de "guasaps" para insuflar a sus amigos, un soplo de aire fresco, que les haga, como a él sentir, que levantarse temprano, merece la pena. Es encender un cigarro, camino del trabajo, y entrar en la oficina con la sonrisa estirada, como recién planchada. Es trabajar con ahínco, con la sensación de ser una persona afortunada por el trabajo que tiene, por tener trabajo. Es tomarse una infusión de menta a media mañana, mientras ojea lo esencial del periódico. las esquelas, los pasatiempos y el horóscopo. Es charlar con los amigos, es buscar un hueco para felicitar un cumpleaños, anunciar una visita a media tarde, comprar en rebajas, darse un homenaje, tomar un zurito con alguien que te hace feliz y escuchar con la mirada en el infinito, los acuciantes problemas de quien siempre se queja por todo. Palmadita en el hombro, y hasta otra. Es regresar a casa con las energías mermadas, pero con muchas ganas de sentir el hogar. . Es alegrarse de encontrarse solo, y aprovechar ese momento, el momentazo, para estirar las piernas en el "chaiselong" y agradecer que la gata persa se le acurruque en su regazo. Es alegrarse cuando llega el rebaño, y también la pastora, o el pastor, según los casos. Es comentar la jugada, hora de escuchar las quejas, de calmar los ánimos, de repartir cariño, de transmitir sosiego, de contar momentos divertidos y de quedarse sopa después de cenar, con el E-book en la mano o la tele puesta. Es escuchar una voz amiga que te dice que es hora de ir a la cama, y es sentir que uno daría una peseta por estar con el pijama puesto y dentro de la cama. Felices sueños.
miércoles, 22 de octubre de 2014
EL INVENTO DEL ESCRIBA
El día que aquel escriba se puso a inventar no se quedó corto. Inventó lo más: el papiro. El primer portátil de la humanidad. La primera pizarra. Por vez primera el pensamiento se pudo transportar, y por ende, el conocimiento y las ideas; luego vino lo demás: la imprenta, la prensa y la tinta. De padres tan singulares naciste al fin tú, papel de periódico, que naces ya viejo. De nuevas lleno, pero viejo, arrugado, sucio, desteñido, con voz grave, como la del viejo marino que fuma en pipa en el muelle. Manipulador, tendencioso, grosero y exagerado. En tus páginas enfurecidas sólo guardas dos verdades: el precio y la fecha. Pero pocos inventos han tenido tanta utilidad como tú: envoltorio de bocadillos con que saciar el hambre de media mañana, alfombra improvisada con que proteger la cocina de inesperadas fugas, tela para sombrereros locos, materia prima de barquitos de papel, fuselaje de avión supersónico, secante de zapatos húmedos, camiseta interior de ciclistas, relleno para las frágiles copas durante la mudanza, madurador de kiwis, espantador de perros por su estridente sonido, incinerador de hogueras, práctico salvavidas delante de los Miura y para colmo, simulador de truenos en los seriales radiofónicos. No imagino una vida sin ti. Tú, que en un tiempo me diste de comer, recibiste de mí lo peor, y con tu rasposo tacto dejaste inmaculado mi trasero tras aquella imprevista necesidad. Negras quedaron mis nalgas, es verdad; negro entero yo, pero he de reconocer que también aliviado y satisfecho. Y aún me quedó lo mejor de ti. Los pasatiempos. Blancas juegan y dan mate en dos. Eso… y el jeroglífico egipcio.
miércoles, 8 de octubre de 2014

OTOÑO EN PAPEL DE ESTRAZA
La llegada de un nuevo otoño me recuerda que vivo en una ciudad fría y húmeda, por más que algunos años el verano se empeñe en estirar los días de sol un poco más. Casi todos los años, consciente o sin darme cuenta, me planto en los albores del otoño sin haberme mentalizado de la que nos viene encima. Menos mal que hay una serie de indicios que inexorablemente me llevan a concluír que es hora de sacar las botas y el anorak.
Mi hermano me incita a ese paseo por los bosques en busca de setas, mi hija insiste en que le apunte al gimnasio, los compañeros del trabajo en que hay que hacer una cena, y mi gran danés "Filipo" que a pesar del mal tiempo, tengo que ir a pasear con él todas las noches al menos una hora y media. En eso coincide con mi endocrino, para quien la leve curva que me apunta por encima de la cintura es "una bomba de relojería que cualquier día puede estallar" (sic). Y es que yo creo que andan confabulados.
Los olores del otoño son, para mi, bien distintos. La locomotora en donde un peruano con nombre de telenovela, Ricardo Matías, vende castañas, y para quien nunca hace demasiado frío.
-Vaya día, Ricardo, le digo mientras espero el cucurucho de castañas calientes.
-Ricardo Matías, me corrige molesto como si un nombre sólo no le fuera suficiente.
-Vaya tiempecito le hago notar para alegrarle el día.
-Lo normal, lo que toca. Estamos acabando octubre. No esperarás que vayamos en chanclas.
-Ya, pero es que sopla un aire....
- En eso tienes razón. Es el aire. Porque frío, lo que es frío, no hace. Ya me gustaría a mi.... , contesta sin ocultar que la buena marcha del negocio depende en buena medida que los vitorianos nos quedemos chupetizados.
Le pago y marcho como alma que lleva el diablo, escapando de la lluvia, mientras disfruto del olor que desprende el papel de estraza en el que llevo envuelta la docena de castañas humeantes. Disfruto del olor y de la cara que pondrán en casa en cuanto las extienda sobre la mesa de la cocina.
Pero el otoño es algo más. Es melancolía, soledad, tristes atardeceres húmedos y lluviosos, una partida de parchís, la televisión, la factura del gas, y sobre todo, refugiarme en mi despacho con un buen libro que me haga pensar.
En mi librería, tengo libros para cada estado de ánimo. Unos ligeros y divertidos, de esos de piscina o playa. clásicos universales, novelas históricas de esas que odian los historiadores y alguno de filosofía y pensamiento político, que son los que guardo para estos momentos.
Me gusta el otoño..... y me gusta pensar.
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