
OTOÑO EN PAPEL DE ESTRAZA
La llegada de un nuevo otoño me recuerda que vivo en una ciudad fría y húmeda, por más que algunos años el verano se empeñe en estirar los días de sol un poco más. Casi todos los años, consciente o sin darme cuenta, me planto en los albores del otoño sin haberme mentalizado de la que nos viene encima. Menos mal que hay una serie de indicios que inexorablemente me llevan a concluír que es hora de sacar las botas y el anorak.
Mi hermano me incita a ese paseo por los bosques en busca de setas, mi hija insiste en que le apunte al gimnasio, los compañeros del trabajo en que hay que hacer una cena, y mi gran danés "Filipo" que a pesar del mal tiempo, tengo que ir a pasear con él todas las noches al menos una hora y media. En eso coincide con mi endocrino, para quien la leve curva que me apunta por encima de la cintura es "una bomba de relojería que cualquier día puede estallar" (sic). Y es que yo creo que andan confabulados.
Los olores del otoño son, para mi, bien distintos. La locomotora en donde un peruano con nombre de telenovela, Ricardo Matías, vende castañas, y para quien nunca hace demasiado frío.
-Vaya día, Ricardo, le digo mientras espero el cucurucho de castañas calientes.
-Ricardo Matías, me corrige molesto como si un nombre sólo no le fuera suficiente.
-Vaya tiempecito le hago notar para alegrarle el día.
-Lo normal, lo que toca. Estamos acabando octubre. No esperarás que vayamos en chanclas.
-Ya, pero es que sopla un aire....
- En eso tienes razón. Es el aire. Porque frío, lo que es frío, no hace. Ya me gustaría a mi.... , contesta sin ocultar que la buena marcha del negocio depende en buena medida que los vitorianos nos quedemos chupetizados.
Le pago y marcho como alma que lleva el diablo, escapando de la lluvia, mientras disfruto del olor que desprende el papel de estraza en el que llevo envuelta la docena de castañas humeantes. Disfruto del olor y de la cara que pondrán en casa en cuanto las extienda sobre la mesa de la cocina.
Pero el otoño es algo más. Es melancolía, soledad, tristes atardeceres húmedos y lluviosos, una partida de parchís, la televisión, la factura del gas, y sobre todo, refugiarme en mi despacho con un buen libro que me haga pensar.
En mi librería, tengo libros para cada estado de ánimo. Unos ligeros y divertidos, de esos de piscina o playa. clásicos universales, novelas históricas de esas que odian los historiadores y alguno de filosofía y pensamiento político, que son los que guardo para estos momentos.
Me gusta el otoño..... y me gusta pensar.
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