Uno de mis pequeños placeres diarios es desayunar sin
prisas. Con el cuerpo al ralentí, escucho las noticias tranquilamente, con
parsimonia, como intentando comprender cada palabra que me cuenta la locutora.
Y si veo que es complicada, opto por
dejarlo en modo espera, para cuando esté
más despejado. Además de una buena manera de dar los buenos días, resulta una
manera agradable de tomar consciencia de la realidad. Es como un túnel de
tránsito entre el sueño y la vida real; ese momento del día en el que uno está
abierto a cualquier cosa. Después de haber abandonado mi personal mundo
onírico, en el que tiene cabida las situaciones más insospechadas, las ondas
hertzianas me sitúan en el “aquí y ahora” de un plumazo. Así discierno
claramente un mundo y el otro.
Hay ocasiones, no obstante, en las que dudo si estoy
despierto o dormido. Noticias increíbles, absurdas, ridículas, situaciones
incomprensibles me hacen dudar en qué lado del puente estoy. Es lo que me ha
pasado esta mañana cuando he escuchado que el entrenador y varios de los
jugadores malteses que disputaron el legendario Malta España de 1983 denuncian haber sido
drogados.
No voy a
entrar en el fondo de la polémica, pero eso de que un tipo pequeño y vestido de
blanco entre en el vestuario rival ofreciendo limones a diestro y siniestro es
perfectamente verosímil. Y que de igual modo los jugadores españoles babearan
espuma debido al cocktel de esteroides que habían ingerido lo habíamos
sospechado desde el mismo día del partido. La escena me recordó cuando el entrenador del Alavés Naya -tipo raro, particular y supersticioso a partes iguales- le quitó al médico del equipo el termo para que no tomara el caldo que había preparado para los jugadores. Eso es para los chavales, le dijo un poco airado. Al salir al campo lo hicieron como drogados y perdieron el partido que les hubiera dado el acceso a primera división. No se dijo que echaran espuma por la boca pero para mi, y esto es cosecha propia, que aquel mejunje tenía un cierto sabor a esteroides. Aun andan buscando al hombre bajito que vestido de blanco repartía limones.
Un poco de por favor... no nos quiteis una de las escenas que conforman nuestra infancia. Aquel 12 a 1 que dejó un país vacío, frente al televisor aupando y empujando como uno solo. Nacionalistas y no -eran otros tiempos- apoyando a la misma selección.... Minuto a minuto, gol a gol, hasta que el chiquitín de la Selección, Juan Señor, (el hombre bajito vestido de blanco) logró el gol número 12. España estalló de júbilo contenido. Una noche emocionante que aun me hace vibran
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